Aquella madrugada se puso
a correr y, sin darse cuenta, se plantó en lo alto de aquel monte que tanto le
gustaba. La ciudad se podía observar de lejos, como si la noche mantuviera en
velo a los guardianes de los que iban despertando.
No podía dormir, como era
de esperar, pensando en ese amor que nunca llega. Tantas personas que, al final
se marchan con sus ex novias u otra chica que les hacía antes tilín, pero nunca
ella. Nunca era ese momento, nunca era la que era, siempre se sentía como un
experimento, como esa cosa que te comes cuando ya has terminado de comer, pero
tienes hambre. El último impacto, realmente había cambiado su órbita.
Y era verdad. Había
cambiado tanto… antes, quizá siempre le tendía la mano a cualquiera, ahora, sin
embargo, tenía filtro. No soportaba los dramas de cualquiera, ni tampoco
reiteradas veces. Le aburrían los comederos de cabeza y había empezado a
respirar de forma independiente. Tenía sueños y metas que antes no tenía. Y lo
que es mejor, tanto empeño había puesto en tratar de olvidar el daño que
sentía, que se mantuvo ocupada en cosas que realmente valían la pena, en vez de
estar tirada en la cama convertida en un vegetal.
Cierto que sus ojos aun
no tenían ese brillo inconfundible del amor, pero no se sentía del todo mal.
Estaba descubriendo algo indescriptible. Se estaba encontrando a sí misma.
Conversaba a solas, se preguntaba si de verdad le apetecía hacer esto o lo otro
y ¿para qué ponerse límites o hacer algo que no le apetecía en absoluto? Estaba
dispuesta a querer hacer, saber hacer. Al principio, se sintió confusa,
dolorida, inquieta, jodida como nunca antes le habían jodido. Y aun lo estaba,
pero, de una forma u otra tenía que darle las gracias a ese chaval por haber
cambiado su vida tanto, como para encontrarse a sí misma. Aunque quizá debería
vigilar por si el asunto se le escapaba de las manos. Y pensarán ¡Qué valor!
No, el verdadero valor, está en nuestro interior.
Allí en lo alto se
preguntaba. ¿Por qué le damos tanto valor a tener pareja? Si al final, lo
complicado es saber cuidarla bien. Entenderse, conocerse y dejarse respirar.
Pero, al final siempre nos apresuramos y llega un momento en el que nos
preguntamos quién es esa persona que tenemos al lado. Quien no se conoce a sí
mismo, no puede conocer a nadie más. Somos verdaderos espejos y atraemos
nuestro más puro reflejo. Y a veces nos pasamos la vida esperando a que llegue
alguien que nos la cambie. ¿A caso es lo mismo que los cromos? “Esa experiencia la tengo repe” “Te cambio a
mi ex mujer por diez polvos de una noche”. No, hombre, la única persona que tiene poder
para cambiar tu vida, eres tú. Su amigo más íntimo siempre le decía que; por
muy oscura que sea la noche, al final siempre sale el sol.
Y allí estaba, viendo
amanecer desde su lugar favorito, con la melodía del despertar de la ciudad,
después de haberse superado a sí misma, de haberse despojado de unos cuantos
llantos, de un poco de lastre. Descubriendo por primera vez, que si uno no se
quiere y se respeta a sí mismo, si no lucha por sus sueños, si no invierte el
tiempo en lo que vale la pena, no llega a ninguna parte.
Escrito rápidamente para El Coloquio de Los Perros (Montilla- Córdoba)
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