15 agosto 2016

Me ganaste.

Me ganaste.
Y no tras la batalla.
Sino al momento que la precede.

Me ganaste.
Así, callado, con tus azules imposibles
mordiendo mi clavícula.

Y todo sucedió así...
entre idas y venidas.
En un deseo lento, sostenido.

Pero sin nada concluyente.

Y me alegro.
Me alegro porque, pese a todo,
ambos estábamos para echarnos de comer aparte.
Yo tenía que vivir, tú tenías que creer
que empezabas a ser el verbo
que me llenase la boca.

Amor, me ganaste
Me ganaste desde el minuto uno.
Desde el segundo previo.
Me ganaste.

Y me daba igual, como fueras.
Si eras perroflauta o policía
político o mecánico.
Me daba igual.
Te hubiese perdonado hasta que fueses Hipster.

Me ganaste
y, pese a tu afán de convertir granos de arena en montañas,
pese a todo,
tu nombre me llena la boca
¡Que digo la boca!
Tu nombre me llena el mundo entero...

Me ganaste
acariciándome por dentro
rascando el miedo,
ironizando sobre los fantasmas
obviando lo evidente.

Creo recordar que una vez
te dije que admiraba
la infinita paciencia que tenías conmigo.
Creo que te debo algo más que cuatro años.
Con intereses.

No quiero que sigamos por el principio
ni que sigas esperando a que me haga una mujer.

¡Dios mío!
He estado ciega
muy ciega...

Bendita paciencia...
Bendita paciencia que tienes conmigo...

No hay comentarios: