12 marzo 2018

La motera

Él la esperaba cada tarde, noche.

Desde el primer momento en que la vio pasar montada en aquella CBR, con el culo en pompa, el casco, la chupa... desde aquel momento no sabe lo que sintió, no sabe lo que le dió. Hace mucho tiempo que no sentía nada parecido por alguien.

No habían cruzado palabras, ni miradas. Nada. Cada tarde-noche, se asomaba a la ventana de su cuarto a verla pasar, con cautela. Haría como un par de meses que hacía ese recorrido casi a diario. Quitando algunos días de lluvia o viento intenso.

A veces desearía cruzar con ella más de una palabra, invitarla a un café, a una cerveza o lo que fuera que tomase la chica motera. Pero siempre quedaba paralizado por un sinfín de miedos, por la desesperanza, por el dolor que aun sentía tras la última ruptura. La última y la única. No estaba acostumbrado a esa clase de trámites. No se creía capaz de cortejar a otra chica. No se creía capaz de causar admiración en nadie. No se creía capaz de nada.

Pero la chica motera le causaba mariposas, relámpagos, truenos...

Un día la espero junto a un paso de cebra, quería hacerla parar, quería cruzar delante y que ella lo viera. Bastaron siete intentos para que consiguiera hacerlo. Ella se paró, el cruzó agachando la mirada y con paso torpe, se paró al otro lado de la calle y ella continuó. ¿Por qué no fue capaz de decirle alguna cosa?

¿Y qué le iba a decir? "¡Eh tía! Me encanta tu moto" "Me encanta el culo que te hace cuando vas montada en ella" "Te observo cada tarde cuando pasas a la vera de mi ventana" "Estoy locamente enamorado de ti"

Cualquier cosa sonaría a locura.

Pero eso es lo que aquella chica, inexplicablemente, le provocaba.

Y quería saberlo todo sobre ella. A veces imaginaba a qué se dedicaba, imaginaba su rostro, imaginaba su voz, sus gestos. Pero la imaginación no llevaba a ninguna parte. Sólo a soñar con una completa desconocida...

O tal vez no...

Hacía tres meses que cortaron el acceso a la M30 por donde volvía a casa. El único camino que conocía de vuelta era el que menos le apetecía recorrer. La calle de su ex. No lo odiaba, pero no podía ni verlo. Aunque él seguramente no se hubiera dado cuenta de que ella era la chica de la moto. ¡Cuánto había cambiado desde entonces! Había cambiado de banco, había cambiado de peinado, de forma de vestir, de moverse por el mundo... por fin había conseguido tener una moto y la disfrutaba a diario. También había conseguido más trabajo. Había empezado a conseguir lo que siempre quiso y nunca pudo. Perdió la pista de mucha gente y ya no frecuentaba los mismos ambientes. Había comenzado a considerar la felicidad como algo intrínseco. Pero, a pesar de todo, le daba porculo tener que pasar por esa calle. No es que significara algo para ella, es que tardaba diez minutos más en llegar a casa. Y a veces lo veía, a veces lo veía asomado a la ventana. Un día se le cruzó por el paso de cebra y pudo ver, desde el espejo retrovisor, cómo él se quedaba al otro lado de la acera y volvía sobre sus propios pasos. No sabía si sentir pena. No sabía si él sabría que era ella u otra persona. No sabía qué había querido decir con eso.

Por suerte, el acceso estaría arreglado en pocos días.

Y ya podría volver más pronto a casa.


1 comentario:

Liberate-Liberáme dijo...

me pareció muy bonito saludos desde uruguay