Retrato de cobardía
Resulta complicado comprender que las personas no somos siempre iguales. Nos movemos por la vida y vamos cambiando de escenario como en un videojuego. En cada una de las pantallas, asumimos el rol que nos corresponde y, si es necesario, llegamos a ponerlo en duda. Y lo mejor de todo esto, es que no en todas están las mismas personas, aunque a veces, nos apetece que estén, y también nos apetece estar.
Y en esto segundo hay que hacer alguna aclaración. A veces queremos o creemos conocer las de los demás y, sin embargo, no tienes permitida la entrada. Quizá sea necesario conocer más trucos, obtener más monedas, tal vez sea un territorio que nunca llegará a abrirse… Por eso, a veces ocurre lo que por desgracia se espera (y lo que no debería ser así) Y es que hay quien mira los espacios como el que veía el porno en canal plus sin estar codificado. Creíamos que podíamos intuir algo, pero en realidad no veíamos nada y posiblemente no tuviera nada que ver la realidad con lo que pensábamos que estaba pasando.
El problema, es que hay personas que son incapaces de entender esta diferenciación. A pesar de que entre ellas compartan varios escenarios, el hecho de respetar los de los demás ni siquiera se les pasa por la cabeza. Si el otro les marca un límite, lo asumen como un ataque, en vez de saber que no es más que una barrera de protección. Porque lo que está mal no es poner límites, lo que está mal es tratar de humillar y menospreciar o hacer el vacío a alguien que solo pretende cuidar su bienestar.
Imagina que vas andando por la calle y de repente ves un casoplón. Una casa enorme y bonita, algo inusual. A nadie se le ocurre pensar en saltar la valla y meterse dentro sin permiso. Tampoco esperar las horas muertas en la puerta hasta que salga alguien de dentro y perseguirlo para insultarle por tener algo mejor que lo tuyo, o porque sea su propiedad privada y proteja celosamente su intimidad.
Es su casa, por alguna razón, es su casa. No sabemos lo que ha tenido que pasar hasta llegar a ese punto, ni tampoco si se ha esforzado más o si ha sido fruto del azar, pero es su casa. Al igual que sus vidas. Quizá la parte que nos dejan ver sea solo la punta del iceberg y lo que hay debajo tampoco nos incumbe.
¿Qué pasaría si fuera al revés?
¿Y es que tenemos el deber o la obligación de abrir todos los espacios a todo el mundo? Evidentemente no, ni aunque traten de invadirlo de forma abrupta y sin ningún atisbo de educación. Es por eso que resulta inquietante y casi una depravación que haya seres humanos que se crean con el derecho y el deber de proyectar sus miedos y frustraciones en los demás en vez de intentar solucionarlos sin molestar a nadie.
Manipulación, impulsividad y falta de remordimiento. Tres rasgos claves del comportamiento de un psicópata. Ese puede ser el reflejo de alguien que niega su verdad más absoluta pero se retrata inevitablemente enviando mensajes equivocadamente en la pantalla que no corresponde. Y por si fuera poco, a esa torpeza se van sumando más sujetos extravagantes y una agresividad disfrazada de bondad que sólo maquilla ineptitud e inadaptabilidad.
Lo que garantiza el éxito no es la envidia, es la elegancia. Saber ser y dejar ser. Y, si a alguien le gusta ser una ordinaria, posiblemente sería mejor opción guardar ese papel fuera de lo laboral. Porque, al fin y al cabo, desgraciadamente, pasamos demasiado tiempo de nuestras vidas en un lugar, con unas personas y desempeñando unas habilidades que hemos aprendido por vocación. Bajo presión, con un sueldo mediocre, ropa incómoda y dudosas condiciones. Todo esto, ante la inherente posibilidad de sufrir una agresión de la que no te sabes defender y cuya gravedad pasarán por alto quienes no tienen que exponerse.
El lugar de trabajo no debería ser un castigo, ni siquiera el patio del colegio o el plató de Telecinco. Es básico entender que en ese espacio las personas adoptan el rol que les corresponde y que este tiene que estar basado en la dignidad y respeto. De nada sirve ahogar a los demás si son ellos quienes sacan el trabajo más duro adelante. Es necesario renunciar a la idea de la esclavitud por herencia divina. Porque el deber no implica sufrir. Y en el momento que entendamos esto, y que cada cual tiene sus diferentes espacios y no se pueden invadir, quizá seamos más libres. Y es que la honestidad parte de serlo con una misma, no de proyectar sobre los demás nuestros miedos como si fueran bombas atómicas.
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