¿Sabes esa sensación de estar como en un ring sin saber que estás en un ring?
O puede que no quieras saber que estás ahí, pero que en realidad sí lo estás, aunque todo parece un escenario completamente diferente.
Estás en el sitio donde vives, y la habitación donde te encuentras se plantea como un escenario lleno de polvo y obstáculos fuera de lugar. Pero, si te pones a ordenar, te encuentras que hay más cosas por medio de las que aparentaban estar. Aparte de que una voz, desde un lugar cercano, grita que es (cualquier día festivo o de la semana) y que no piensa hacer absolutamente nada. ¿A quién le toca ordenar todo eso? A ti, por supuesto. Y, después de darte una paliza, ocurre que sale de su boca alguna palabra refiriendo que en su casa se está a gusto.
Y, en este caso ¡Vaya pintas llevas! ¡Se te ve sofocada!
¡Bum! Otra bofetada.
Que no tiene por qué ser real.
A la siguiente. Te plantean un examen, un examen donde el temario es absurdo e ininteligible, redactado por personas que se dedican a la docencia en una universidad nacional de educación a distancia. Te buscas la vida. Intentas convencerte de que, con las herramientas que te brindan desconocidas, tienes la certeza de poder aprobar el ejercicio. Pero, tras esperar más de un mes y con el tiempo pegado al culo, un señor te escribe una nota explicando que tu nota ha sido tremendamente humillante porque lo que has hecho es una porquería. Pero esa misma porquería que has hecho son palabras que encontrabas ordenadas de la misma manera en el libro que él mismo ha redactado.
Llega la frustración, de nuevo.
Otro golpe.
¿Y dónde está tu defensa? No eres más que una masa de huesos y carne que intenta poner en algo un corazón que aparentemente no tiene y cuyos movimientos se han reducido a la inmovilidad.
Te levantas del suelo, tragas saliva, miras entre la oscuridad, encuentras esa figura que se supone que debe acompañarte. Le preguntas:
- ¿Te apetece desayunar unas tostadas?
- ¿Quieres que sea un gordo como tu padre? ¡No voy a comer esa mierda! Lo siento, pero conmigo no, yo no voy a ser un gordo. Si quieres le das la comida a tu padre.
Otra vez, otro dolor.
Y mejor no digas nada. Esa es la cuestión. En cualquier lugar, con cualquier compañía, mejor estar callada y fingir que no estás ahí. Pero a la vez tienes que ser una mujer divertida, inteligente, trabajadora, estudiante... y mil cosas más que rellenan una lista interminable de cosas. Pero da igual lo que hagas o como lo hagas o a quién sea porque estarás equivocada y eso será motivo de expulsión.
Y, cuando crees que has encontrado la calma, suena el teléfono. Con una precisión de segundos exacta. Justo en el momento más álgido. Ese que crees que es el pico donde ya todo se transformará en calma.
Pero no.
Ahora niégate,
Niégate porque lo que vendrá serán más puñetazos.
No te arreglas nunca, ponte tacones. No sabes andar con los tacones.
No te maquillas nunca. Maquíllate. No sabes maquillarte.
Tienes la piel demasiado mal, tapa eso. (Mientras ocurre en el momento y el lugar más humillante que pueda haber)
Y alguien que no te conoce de nada te tiene que preguntar qué es lo que te pasa. No cabe la posibilidad de que lo consideres como una falta de educación. Es tu obligación dar explicaciones sobre tu vida que no te apetece dar. Si no, serás una borde y alguien lo hará por ti, salvo que contará la versión en la que lo pasa muy mal porque tu has nacido con algo con lo que nunca quisiste nacer y es visualmente feo.
Y en eso se resume todo. En un ring con diferentes escenarios, donde todo el rato te equivocas aunque tengas la certeza de que no es así. Y, cuanto más esfuerzo pones y todo sale bien, resulta que era tu obligación hacerlo y podría estar mejor.
Justo esas palabras salen de la boca de alguien que ni siquiera se ha planteado la opción de intentarlo.
¿Alguien sabe cómo se sale de ahí? ¿Es eso Roma?
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