19 junio 2016

Lágrimas en la arena.

Le gustaba sentarse casi a la orilla, sintiendo la arena entre los dedos de sus pies, abrazándose las rodillas y apoyando la barbilla en ellas. Miraba el sol hundirse lentamente en la marea mientras se desangraba en el cielo y lo teñía de colores cálidos. El mar, la mar... El fin, o el comienzo. No sabía por qué, le daba calma, le resultaba el mejor lugar para pensar, para sentir, para limpiarse de energías negativas. ¿Que tenía aquel lugar? Pensar que allí a lo lejos había otro continente, con gente distinta, con otros idiomas y otras culturas, con una vida tan diferente o, quizás, tan parecida...

Miraba el mar y sentía, callada, como el viento le acariciaba la cara y empezaba a hacer algo de fresco. Pero, en vez de levantarse a por la rebeca, siguió ahí, inmóvil, mirando el espectáculo de la naturaleza. En aquel momento se sentía igual que el sol. Hundiéndose. Repasando cada halo. Como siempre.

Sabía que la vida era así: como un sol que sale de mañana y alumbra, a veces calienta más de la cuenta y llega a agobiar, otras veces no lo suficiente y hiela los huesos. Que, al final, acaba desangrándose mientras cae y se pierde en la oscuridad. Y cada día vuelve a salir, después del momento más oscuro de la noche. A veces tenía que llorar mucho, sentirse sola, perderse. Caer en lo más hondo y reflotar, siendo una persona totalmente nueva.

Ya estaba hasta el coño de acabar así: hundiéndose. De volver a una vida similar a la anterior pero con muchos cambios personales. Quizá no sabía apreciar la belleza de aquellos intentos, quizá buscaba siempre el error o la excusa en vez de las razones. Que no son lo mismo. Aquello por lo que intentas lamentarte diariamente o de lo que puedes aprender. Sin embargo, había algo que no lograba comprender: la huida. Todo aquel del que creía enamorarse se marchaba de la noche a la mañana. Y le daba igual qué es lo que sintiera, simplemente se marchaba. Quizás fuese el problema. El Kit de la cuestión. Es posible que se subrogara en más de una ocasión. O que le gustase imaginar que en aquella cabeza masculina ella podría llegar a ser la única y no la otra. Subyugación era el término que quería conseguir. A veces llegaba a creer que nunca sería posible. Pero ¡Joder! ¿Qué era aquello que veía tantas veces? Esa felicidad compartida de la que todo el mundo hablaba.

Lo peor de todo, es que siempre que alguien se marchaba podría pensar ¿Quién será el siguiente? Mientras que aquella vez, tenía la certeza, la absoluta certeza, de que llegarían a tener su momento. Otra vez, podría estarse equivocando. Al fin y al cabo, aunque no sea la opción correcta, siempre se elige con el total convencimiento de que es lo necesario en ese momento. Así lo sentía, no podía evitarlo. Aquel niño le había dejado el alma al descubierto. Después de tantos años de tapaderas, de esquivar las balas, de aquella guerra. Lo había desmontado todo.

Esa no fue la intención inicial, sino prestarle ayuda. Y se vio dando todo a cambio de nada. Tanto y tan poco. Sintiendo una felicidad que, tal vez, no le correspondía. ¿Cuándo sabes eso?

Miraba el mar y lloró. Buscando alguna respuesta que le encendiera el alma. Confusa llegó a sonreír. Podría estar mintiéndose. Pero decidió que aquel no era el momento. Un joven braco color azul se acercó jadeante y lleno de arena. Lo miró con ternura, acarició su cabeza mientras le hacía fiestas y le habló.

- Shukran, ¡Mira cómo te has puesto! - Se echó a reír. Su perro estaba contento. - ¡Ven aquí, croquetita que te voy a comer a besos!

El sol ya estaba casi metido en el mar. Tenían que volver a casa. Pensar le agotaba demasiado. No podía evitarlo. Ojalá fuese todo más sencillo. De momento, sabía que no tenía que hacer otra cosa más que buscarse a sí misma. Si estaba en lo cierto, tenían toda la vida para encontrar ese momento. Si no, alguien le sorprendería de la noche a la mañana. Alguien que quisiera quedarse, alguien que no le diera la espalda, alguien para quien ella fuera su mundo, alguien que no pensara en nadie más.

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