04 septiembre 2017

Tú y las montañas

Estaba nervioso, no recordaba verlo tan nervioso. Caminaba de un lado a otro de la sala. Apenas me miraba. Su gesto, apenas indescifrable, me resultaba poco familiar. No podía aguantar más esa rareza. Traté de utilizar un tono divertido, que no advirtiera mis sospechas. La persona que era, al fin y al cabo, después de tanto tiempo.

- ¿Se puede saber qué te pasa? ¿Por qué estás tan nervioso?
- Que te tengo delante - arqueé una ceja a modo de pregunta- Te tengo delante y eres como un maldito huracán. He podido mantenerlo todo a ras en estos años, intentando convencerme de que eras sólo un mensaje en la pantalla, una voz en una nota... pero ahora, ahora te tengo delante.

Seguía sin entender nada. El rubor de sus mejillas rozaba ya el rojo cerezo. Andaba medio paralizado. No era capaz de mirar en otra dirección que no fuera el suelo. Cuando sus ojos se encontraron de nuevo con los míos, advertí alguna lágrima intentando escapar de ese azul imposible.

Le temblaba el labio de abajo. Juro solemnemente que NUNCA, JAMÁS lo había visto así. Pero, de repente, lo comprendí todo. Me puse el corazón en la mano y mis labios pronunciaron lo que siempre desearon pronunciar, anulando el resto de sentidos comunes.

- Deja ya de hacer montañas de granos de arena, haz el favor.

- Pero... pero, niña. Sé que no soy el hombre que siempre has deseado. He intentado todo. He opositado, he reñido con la lógica, he intentado cada detalle para ser el hombre que siempre has querido.

¡Eso sí que no me lo esperaba! En absoluto. Estaba escuchando lo que llevaba años esperando escuchar.

- Llevo esperándote desde antes de que vinieras... me da igual en qué trabajes, me da igual cómo vistas, me da igual si vas con barba o afeitado. Si sabes o no sabes cocinar. Me da igual lo que ganes, me da igual si te muerdes las uñas, si cantas en la ducha y encima lo haces fatal... Me da igual porque eres tu. Y es lo único, lo único que quiero y lo único que siempre he deseado. Te lo vuelvo a repetir: deja de hacer montañas. Te llevo esperando desde antes de que vinieras.

- ¿Y qué hacemos ahora?

- ¿Ahora de qué? ¿Quieres ser valiente?

Me miró, asintió. Nos abrazamos. Nos abrazamos tan fuerte que nos crujieron las vértebras. Después nos besamos. Nos reímos... nos deleitamos. Nos quisimos, a muerte...

Aunque la cosa, al fin y al cabo, duró solo un rato.

Es lo que ocurre con las pasiones eternas.


No hay comentarios: